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Rick Day |
Nuestro pene es mucho más que una parte del cuerpo: es una fuente de placer, identidad y orgullo. Lo miramos, lo tocamos, lo mostramos, lo compartimos. Lo disfrutamos solos y con otros, lo llevamos con nosotros en cada encuentro sexual, y muchas veces, lo exigimos al máximo. Pero para que siga funcionando bien y se mantenga saludable, necesita atención, cuidado y respeto.
Aunque pueda parecer resistente, el pene no es de hierro. Está compuesto por tejido esponjoso y músculos que se llenan de sangre durante la erección. Eso significa que puede lesionarse si lo tratamos con brusquedad o descuido. Por eso, no se trata solo de lavarlo con agua y jabón: hay que cuidarlo como cuidamos lo que más disfrutamos.
Uno de los riesgos más comunes es la fricción sin lubricación. En medio del deseo, podemos caer en el error de restarle importancia, pero la piel del pene puede sufrir quemaduras por roce excesivo, sobre todo durante el sexo anal o la masturbación intensa. Usar lubricante no es opcional, es esencial. No solo hace que todo sea más placentero, también protege nuestra piel y reduce riesgos de irritaciones, fisuras o infecciones.
Doblar el pene durante una erección puede ser peligrosísimo. Hay posiciones sexuales o movimientos inesperados que pueden torcerlo de forma brusca, y sí, el pene puede fracturarse. No hay hueso, pero el tejido interno se puede romper, provocando dolor, moretones e incluso necesidad de cirugía. Escuchar nuestro cuerpo y detenernos ante cualquier molestia es un acto de inteligencia erótica.
También debemos recordar que los testículos y el pene son zonas muy sensibles. A veces en el juego sexual se nos va la mano —o la boca—, y usamos fuerza creyendo que así aumenta el morbo. Pero morder o apretar demasiado puede ser doloroso o dañino si no hay consentimiento o si no se hace con cuidado. Y una presión excesiva, sobre todo durante la erección, puede provocar pequeños derrames o afectar el flujo sanguíneo.
Cuidar la verga no es debilidad, es sabiduría sexual. Porque cuando está en forma, nos da placer, nos representa y nos permite vivir nuestra sexualidad con plenitud. Mantenerla limpia, observar cualquier cambio, usar protección, hacernos chequeos de ITS regularmente, todo eso forma parte del amor propio masculino.
Respetar nuestro pene no significa limitar el deseo, al contrario: lo potencia. Un cuerpo cuidado, una verga sana y bien atendida es capaz de sostener erecciones más firmes, eyaculaciones más intensas y orgasmos más plenos. Así que, la próxima vez que lo tengas en la mano —propia o ajena—, recordá: esto es placer, pero también es poder. Y se merece lo mejor.
Tratémoslo con respeto. Disfrutémoslo con intensidad. Y cuidémoslo con cariño. Porque nuestra verga es nuestra aliada, nuestra firma, nuestra herramienta de goce. Y merece estar en su mejor versión cada vez que salgamos a buscar —o dar— placer.