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¿Iguales? Entonces, igual de cabrones

Rick Day

Nos han vendido la palabra "igualdad" como si fuera un premio, como si nos hicieran un favor al reconocer que tenemos los mismos derechos, deseos y emociones que cualquier otro hombre. Pero cuando rascamos un poco, nos damos cuenta de algo incómodo: esa igualdad muchas veces es sólo de palabra, no de acción. Porque mientras nos dicen que somos iguales, nos exigen que nos callemos, que aguantemos, que nos traguemos los golpes, las burlas y las humillaciones. Como si por ser hombres, o por ser homosexuales, tuviéramos que aceptar todo y nunca devolver la jugada.

La hipocresía está en que la igualdad que nos ofrecen es selectiva. Quieren que seamos respetuosos, amables, tolerantes, que no digamos nada cuando cuestionan nuestra hombría, cuando hacen chistes sobre nuestro cuerpo, cuando critican cómo cogemos, cómo amamos o con quién dormimos. Y si levantamos la voz, si nos defendemos, entonces somos los "malos", los "agresivos", los que no saben controlar sus emociones. Pero, ¿acaso no somos nosotros los que siempre hemos tenido que aguantarnos el desprecio y las etiquetas?

La gran injusticia no es que no nos consideren iguales. La verdadera injusticia es que nos exijan ser mejores, más educados, más civilizados, más pacientes… mientras los demás tienen permiso para ser crueles, violentos y desleales con nosotros. Lo hemos visto en la cama, cuando nos comparan, nos critican o nos invalidan por el tamaño de nuestro pene, por cómo nos movemos, por cuánto duramos. Lo hemos vivido fuera de ella, cuando terminamos una relación y somos los villanos de la historia, cuando alguien nos insulta y tenemos que sonreír y aguantar como si fuéramos de piedra.

¿Dónde quedó la igualdad ahí? Si la igualdad es real, entonces también tenemos derecho a decir basta, a señalar, a devolver el golpe si nos atacan. Porque no somos menos hombres por poner límites, por defendernos o por exigir el mismo trato que se espera de nosotros. Nuestros sentimientos, nuestra dignidad y nuestro cuerpo también merecen respeto.

Ser hombre —y más aún, ser un hombre que disfruta de su sexualidad sin pedir permiso— no significa ser un saco de boxeo emocional o físico. No estamos aquí para ser siempre los que entienden, los que perdonan, los que callan cuando nos lastiman. La igualdad no es que ellos puedan hablar mal de nosotros y nosotros tengamos que sonreír. Igualdad significa que si hablas mal de mí, yo también puedo hablar de ti. Que si me humillas, no voy a quedarme callado. Que si me agredes, me defenderé.

Y que quede claro: esto no va de violencia, va de límites. De recordar que la igualdad es un camino de dos vías. Que no basta con exigir respeto, también hay que ofrecerlo. Y que si alguien no está dispuesto a darnos el trato que pide, no merece que sigamos jugando a ser siempre los caballeros.

Porque somos hombres. Somos adultos. Disfrutamos del sexo, del amor, de la vida. Pero no por eso vamos a aceptar que nos traten como si no valiéramos. Si la igualdad es real, entonces somos igual de libres, igual de poderosos, igual de capaces de poner un alto y de mirar de frente a quien nos quiere menospreciar.

Que nadie olvide que si nos respetan, respetamos. Si nos buscan, nos encuentran. Y si quieren igualdad, que se preparen para recibirla completa, con todo lo que eso implica.

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